sábado, 30 de junio de 2007

El caballo

Un caballo de mármol ardiente
con panales de espuma y con miedos de hierba
en la boca, las orejas atentas oyendo
vibraciones extrañas al hombre,
sus patas como el cuello de las fuentes.
Y mariposas en la sangre,
y mariposas en el belfo,
con una prisa en el hocico.
Y su cola se abre como una campana
en el aire y sus crines lloviendo
como blancos otoños.
Un caballo que olvida la tierra.

Un caballo que tiene una hoja del mar
en el cuerpo, una hiedra sensual
que hunde su serpiente en el oído
y el caballo se va revolcando,
ovillando, extendido, cayendo rocío
del olfato llameante, oh árbol animal,
se va, se va en un himno,
en la pradera del cristal,
se va oliendo la luz, la alegría,
levantando su nave gloriosa, salvaje,
solitario, sin puente, orgulloso,
y sus huellas se quedan llamándolo.

Ya no vuelve, no vuelve,
ya pasea en un viejo jardín olvidado,
en un bosque de fuentes,
entre ciervos de lluvias saltando,
donde pide su cuerpo el espejo,
donde busca la risa sus labios.
Ya la luna le muestra raros
mapas de sueño y se queda
sin muerte en un prado.

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