martes, 19 de junio de 2007

AJEDREZ GAUCHO

Por José María Dorronsoro

Cuando estoy frente a un tablero
el corazón se me ensancha
en esa pista; mi cancha
se agranda en el entrevero.

Siempre el pique le hago dar
a mi peón de rey o dama
porque si mal me reclama
no lo dejo acomodar.

A los peones, lentamente,
les voy buscando acomodo
para tenerlos de modo
auxiliarse mutuamente.

En cuanto se le presenta
la ocasión, que nunca falta,
al rey contrario lo asalta
mi caballo por su cuenta.

Su ataque da que pensar;
actúa como un corsario,
y al pobre rey adversario
me lo hace peregrinar.

Los alfiles los manejo
con habilidad sutil;
corren siempre de perfil,
¡eso me agrada, canejo!

Si la situación no apura
hago el enroque, tranquilo
le doy a mi rey asilo,
así ganarme, es más dura.

Las torres, con gran cuidado,
pongo en una línea abierta;
por si se abre alguna puerta
para tenerlo acosado.

A la dama, ¡compañero!,
nunca la pierdo de vista;
hay que hacer que se resista
a caer en el reñidero.

Al rey, con mucha cautela,
le elijo los cuadros buenos;
lo meto hasta en los ajenos,
a veces, ¡que se las pela!

Buscando con mucho empeño
el mate en algún rincón;
pasan horas en montón,
hasta que me vence el sueño.

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